Juan Manuel Karg |
Por Juan
Manuel Karg / @jmkarg
Mucho se
habla y escribe, en estos tiempos, sobre la vinculación entre el periodismo y
el mundo de “la política”. Se intenta, desde grandes monopolios informativos,
desvincular ambas esferas, intentando mostrar una supuesta perspectiva
“apolítica” de las noticias. Es que, según advierten estos medios, los
periodistas de afinidad ideológica progresista o de izquierda “tiñen” el
carácter de las noticias, que según el manual de procedimientos de estos medios
deberían tener una “neutralidad valorativa”. Detrás de esta operación, claro,
hay una profunda intencionalidad política: tras la idea de que “ellos”, los
“periodistas militantes”, dan cuenta de una realidad distorsionada –y por
tanto, no pasible de salir a la luz-, se esconde la pretensión de mostrar sólo
una parte de lo que sucede, lo que naturalmente hacen estos medios,
generalmente afines a grupos empresarios del poder económico concentrado.
Con Gabriel
García Márquez y su muerte ha ocurrido un fenómeno interesante: desde todo el
espectro político e ideológico del continente se ha lamentado su partida,
valorando asimismo su extensa obra literaria y periodística. Desde Enrique Peña
Nieto y Juan Manuel Santos hasta Nicolás Maduro y Raúl Castro, en cuanto a los
presidentes de nuestro continente, y desde Clarín hasta La Jornada, en cuanto a
los medios de comunicación: todos se han sorprendido y han lamentado la muerte
de uno de los latinoamericanos más importantes del Siglo XX. Esto, claro, sólo
ocurre con personalidades de esta índole, reconocidas a nivel mundial: hay que
aclarar aquí que también manifestaron su pesar por la noticia el presidente
ruso Vladimir Putin y el ex presidente norteamericano Bill Clinton.
Sin embargo,
hay un hecho que las fuerzas conservadoras de la región han ocultado o tratado
de minimizar en los diversos “obituarios”: la pertenencia ideológica de Gabo al
mundo de las izquierdas o del progresismo, dicho esto en términos amplios.
García Márquez fue siempre tras la búsqueda de un horizonte de justicia social,
lo que lo hizo, entre otros, amigo de Fidel Castro y Hugo Chávez, dos
contemporáneos con los cuales compartió un análisis del momento político de la
región. Desde esa perspectiva “política” es que también colaboró en la
fundación del diario mexicano La Jornada, en septiembre de 1984. En una
reciente editorial, tras su muerte, La Jornada recordó que “además de acompañar
con visitas frecuentes al periódico naciente, y de alentar personalmente a sus
directivos en aquellos momentos inciertos –y en muchos posteriores-, ofreció
colaborar con artículos y textos especiales escritos y entregados ad honorem en
prenda de amistad, solidaridad y fe en este proyecto informativos”.
La fundación
de La Jornada se inscribía detrás de una profesión de la cual se sentía parte,
al decir que “soy un periodista, fundamentalmente. Toda la vida he sido un
periodista. Mis libros son libros de periodista, aunque se vea poco”, tal como
manifestara alguna vez a Radio Caracol de Colombia. ¿Hubiera sido tildado de
“periodista militante” por estos hechos Gabriel García Márquez, como ha
acontecido recientemente con muchos cronistas, desdeñados sólo por haber
emitido opiniones afines a los gobiernos posneoliberales en la región?
Seguramente no, por su magnífica pluma y su influencia periodística y
literaria, lo que solía blindarlo de ataques y “operaciones” que,
lamentablemente, se han extendido contra quienes han opinado desde la izquierda
y/o el progresismo. Y porque García Márquez era, en definitiva, un Premio Nobel
de Literatura, tal como lo atestigua la condecoración recibida en 1982, y una
personalidad reconocida a lo largo y a lo ancho del continente.
Sin embargo,
y mal que le pese a algunos sectores políticos y periodísticos que hoy quieren
“edulcorar” su trayectoria, e intentar construir una trayectoria supuestamente
equidistante respecto a la política –o un García Márquez “light”- fue un
periodista y escritor con una ideología clara, determinada y contundente: la
búsqueda de construir un orden social diferente, más justo, más humano,
despojado de las desigualdades, donde la cultura pueda constituir un elemento
indispensable para amplias capas de la sociedad y no solamente para una
“elite”. García Márquez, el del Nobel de Literatura y la amistad con Chávez y
Castro, siempre con un “optimismo de la voluntad” envidiable, decía que “yo
creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos
permita compartir la tierra” y también que "sigo creyendo que el
socialismo es una posibilidad real, que es la buena solución para América
Latina".
A ese García
Márquez, periodista y escritor comprometido con su tiempo y su historia –como
diría Walsh-, también despedimos en estos días.
Por Juan
Manuel Karg / @jmkarg
Licenciado
en Ciencia Política UBA
Investigador
del Centro Cultural de la Cooperación – Buenos Aires
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